lunes, 31 de mayo de 2010

DARWIN VS DIOS


Charles Robert Darwin supo desde el principio que su Teoría de la Evolución iba a caer como una irreverente bomba sobre los dogmas establecidos de la fe cristiana. No es de extrañar, por lo tanto, que se pasara más de dos décadas dándole vueltas a lo que el filósofo Daniel Dennett bautizó como su «peligrosa idea», hasta que finalmente se atrevió a publicar 'El Origen de las Especies'.
Poco antes de que esta osada obra viera la luz, en una carta que escribió a su amigo Joseph Hooker, Darwin confesó que se sentía «como un hombre a punto de confesar un crimen». No era para menos. En la Inglaterra victoriana del siglo XIX, la idea de que todas las especies vivas —incluyendo el ser humano— no habían sido engendradas de un día para otro por la mano de Dios, sino que habían evolucionado durante millones de años mediante un proceso de selección natural, suponía una insolente blasfemia.
Para comprender hasta qué punto Darwin era perfectamente consciente de la polémica que sus ideas iban a desencadenar, hay que tener en cuenta su propia trayectoria personal e intelectual. Al fin y al cabo, en su juventud el 'padre de la evolución' estudió teología en la Universidad de Cambridge con la intención de convertirse en sacerdote de la Iglesia Anglicana, y no cuestionaba la validez de la Biblia como fuente sagrada para explicar el origen del mundo. Sin embargo, a lo largo de los años, y sobre todo tras la experiencia transformadora que vivió durante su aventura científica a bordo del Beagle, la fe de Darwin se fue erosionando ante el cúmulo de evidencias que contradecían todas las verdades supuestamente incuestionables del Libro del Génesis.
El creciente escepticismo del naturalista frente a la religión se convirtió en una dolorosa fuente de tensión con su devota esposa Emma, sobre todo desde que en 1849 dejó de ir a misa los domingos, y decidió dedicar el rato que su familia pasaba en la iglesia a pasear por el campo para seguir reflexionando sobre sus ideas. Dos años después, la muerte de su adorada hija Annie, como consecuencia de una tuberculosis que acabó con su vida a los 10 años, fue la puntilla que le hizo perder definitivamente la fe. Para Darwin, la crueldad y el sufrimiento de un mundo donde él había comprobado cómo algunas avispas se alimentaban de los cuerpos vivos de los gusanos en la dura lucha por la supervivencia, o donde morían niños inocentes como su queridísima Annie, no parecían compatibles con la existencia de un Dios omnipotente que se preocupara por sus criaturas. Sin embargo, a pesar de todo, Darwin nunca quiso definirse públicamente como ateo, y dejó escrito que «el agnosticismo es una descripción más correcta de mi postura».
Como era de esperar, la publicación de 'El Origen de las Especies' en 1859 desató un escándalo descomunal en la sociedad británica, y Darwin tuvo que sufrir la humillación de ver su inconfundible rostro barbudo caricaturizado sobre el cuerpo de un mono. Al mismo tiempo, las autoridades eclesiásticas de la Iglesia Anglicana denunciaron que la Teoría de la Evolución constituía la visión más degradante del ser humano jamás concebida, y alguno incluso llegó a compararle con la serpiente del Jardín del Edén, por intentar pervertir a la sociedad británica con sus «ideas perversas».
A Darwin toda esta polémica no debió sorprenderle demasiado, ya que conocía de primera mano, dentro de su propio hogar, los conflictos religiosos que podían provocar sus teorías. Lo que sin duda le hubiera chocado mucho más es descubrir que 150 años después, las llamas de esta controversia todavía no se han apagado en el mundo del siglo XXI.

Ciencia vs religión: La cruzada contra Darwin

Darwin entró con mal pie en el siglo XXI. Con la llegada de George W. Bush al poder en enero de 2001, la ciencia se volvió sospechosa y el fundamentalismo religioso encontró eco no sólo en el púlpito, también en los medios, en los museos y en las escuelas. En un sondeo realizado por la revista 'Scientific American' en 2002, tan sólo el 53% de los americanos admitieron estar convencidos de que el hombre viene del mono. El 45% cree que Dios creó el universo en los últimos 10.000 años y que no hay sitio para Darwin entre Adán y Eva.
Como a mediados del siglo XIX, la 'cruzada' contra la Teoría de la Evolución encontró el terreno abonado en la era Bush. El 'creacionismo' o el 'diseño inteligente' —las réplicas cristianas a Darwin— fueron ganando adeptos y se abrieron finalmente paso en las escuelas de 40 estados norteamericanos, auspiciados por los políticos ultraconservadores y las iglesias evangélicas.
El bioquímico Duane Gisch creó el Instituto para la Investigación de la Creación y reinterpretó los hallazgos de la paleontología para encajarlos en el Génesis. Aunque el más furibundo representante de la corriente involucionista ha sido sin duda en todo esto tiempo Michael Behe, autor del 'La caja negra de Darwin' y creador del Discovery Institute de Seattle.
El hostigamiento llegó a tal punto que el presidente de la Academia Nacional de Ciencias, Bruce Alberts, hizo un llamamiento a los profesores de EEUU para que no se dejaran intimidar por el fundamentalismo religioso. El 30% de los profesores norteamericanos admitieron entre tanto que habían recibido presiones por parte de las autoridades escolares y de los propios padres para relegar o desterrar la Teoría de la Evolución.
Darwinistas destacados como Daniel Dennet ('La idea peligrosa de Darwin') o Richard Dawkins ('El gen egoísta') pasaron al contraataque y tuvieron la osadía incluso de explicar el 'espejismo' o la idea de Dios como un producto cultural de la evolución humana. El dilema lo resolvió temporalmente el filósofo de la ciencia Michael Ruse, preguntándose en voz alta «¿Puede un darwinista ser cristiano?» y respondiendo finalmente que «sí», que la solución está en huir de todos los extremismos —religiosos y científicos— y admitir que Darwin y Dios pertenecen a dos dominios diferentes y perfectamente compatibles, unidos por «la capacidad de asombro y de duda que definen al ser humano».

 EL CREACIONISMO:  
La Historia está en el Génesis
Más de medio millón de personas visitan cada año
en EEUU el Museo de la Creación, donde la Historia Natural
y la Historia Antigua se explican conforme a los textos de la Biblia.

125 millones de estadounidenses —el 42% de la población— creen que Dios creó el cosmos en seis días y descansó el séptimo, que Noé salvó en su arca a todos los animales y que los diferentes grupos étnicos se deben a la confusión creada entre los hombres tras la Torre de Babel, el infructuoso intento bíblico del ser humano de llegar al cielo. Son los llamados 'creacionistas', es decir, personas que creen que la Biblia debe ser interpretada de forma literal. Y no son gente de bajo nivel cultural. Entre ellos, por ejemplo, está uno de los inventores de las resonancias magnéticas, Raymond Damadian, quien según algunos creacionistas no ganó el Nobel precisamente por su defensa de la literalidad de la Biblia.
Según una encuesta de la empresa de estudios demoscópicos Zogby, el 71% de los estadounidenses «quiere que los profesores de Biología enseñen en clase la Teoría de la Evolución de Darwin, pero también los argumentos científicos en su contra». Y los creacionistas tienen sus propios Museos de Historia Natural. En Alberta (Canadá) y, en EEUU, en Missouri, en Texas y en Florida. Pero ninguno de ellos iguala al espectacular Museo de la Creación, situado en Kentucky, en las afueras de la ciudad de Cincinnati. Ese Museo, creado y gestionado por la organización religiosa protestante Respuestas en el Génesis, es, al mismo tiempo, un museo de Historia Natural y de Historia Antigua en el que todo se explica conforme a la Biblia. Eso significa que hay, por ejemplo, reproducciones a escala del Arca de Noé explicando cómo pudo meter a los animales en ella (en el caso de los reptiles y dinosaurios, el patriarca bíblico no introdujo animales adultos, sino sus huevos, con lo que ganó espacio). O reproducciones del Jardín del Edén en las que se muestra cómo los animales —incluyendo un espectacular cocodrilo— eran vegetarianos antes de que Adán y Eva comieran del árbol de la fruta del bien y del mal.
El Museo, abierto hace dos años, recibe más de medio millón de visitantes anuales. Algunos acuden movidos por la curiosidad. Pero no cabe duda de que gran parte de las personas que van al Museo de la Creación están convencidas, como su director, el biólogo australiano Ken Ham, de que la Teoría de la Evolución es esencialmente un fraude para destruir la religión.

 El perdón del papa, " un ateo blasfemo"

Cuando, en 1859, Charles Darwin acuñó el evolucionismo, la Iglesia puso el grito en el cielo y tachó su teoría de «quimera de un ateo blasfemo». El evolucionismo fue tajantemente rechazado por la Iglesia hasta el pontificado de Pío XII, el primer Papa que dejó entrever la posibilidad de que no fuese absolutamente incompatible con la fe. Pero la rehabilitación del darwinismo tardó en llegar.
El Pontífice que tuvo el arrojo de pedir perdón y rehabilitar a Darwin fue Juan Pablo II, el Papa perdonador. El 24 de octubre de 1996 Wojtyla reconocía públicamente que el evolucionismo «es ya más que una sola hipótesis». Todavía entonces, algunos fundamentalistas católicos se escandalizaron. Y es que, durante muchos siglos, la Iglesia había sostenido y explicado el origen del Universo y de la especie humana ateniéndose literalmente al relato bíblico del Génesis, en el que Dios crea el mundo en siete días y al hombre del barro de la tierra.
Aunque también es cierto que, en el último cuarto del siglo XIX, un colectivo de clérigos y científicos católicos había apostado por conciliar el evolucionismo con la fe. Era el darwinismo católico. Con eximios representantes también en España, como el sacerdote Juan González de Arintero (1860-1928) o el cardenal Primado de Toledo, Ceferino González y Díaz Tuñón (1831-1894).
Estos y otros importantes eclesiásticos del evolucionismo cristiano tuvieron que hacer frente a las duras críticas de sus adversarios. Por ejemplo, la escritora Emilia Pardo Bazán, lanzaba, en 1877, una soflama contra ellos en la revista católica 'Ciencia Cristiana'. Pero los conciliadores se fueron imponiendo también en el seno de la Iglesia y esta tendencia alcanzó su culmen en la obra del jesuita francés Teilhard de Chardin. Y la consiguiente 'bendición' por parte de Roma.
De hecho, a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965) y sobre todo de la explicitación del Papa Wojtyla, la fe cristiana no tiene dificultad en asumir el evolucionismo. Con una condición: que se admita una acción peculiar de Dios que determina el paso de lo que es animal o lo que es persona mediante la infusión del alma humana. Lo que en ningún caso puede admitir un cristiano es un evolucionismo puramente materialista, que no explique la diferencia esencial entre el hombre y los demás seres inferiores.



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